Como buen fotógrafo, Audio Cepeda
está acostumbrado a ver lo que no todos ven. Sus fotografías buscan siempre el
contacto con las sombras, de donde surge lo imaginado, lo posible, lo que está
allí sin manifestarse plenamente.
Esa forma de observar el mundo se
corresponde con este Audio Cepeda escritor que con su libro Crónicas
de las puertas del infierno y otras historias acaba de ganar la Bienal
Antonio Crespo Meléndez, auspiciada por el Centro Nacional del Libro.
El hilo conductor en los escritos
de Cepeda, lo que los unifica, es la presencia en todas ellos del petróleo. Sea
como elemento central de lo que se cuenta, o como una referencia tangencial. Lo
cierto es que el drástico cambio que significó el descubrimiento y posterior
explotación del oro negro le sirve al cronista para reconstruir, desde su
propia perspectiva, y desde sus vivencias, una parte esencial de la historia
del País durante el siglo XX.
En esas crónicas, se enlazan lo cotidiano con los grandes
acontecimientos históricos. De ese modo nos enteramos, por ejemplo, de que la
idea de construir el ferrocarril destinado a unir a Santa Bárbara con Mérida se
gestó en París, y, en concreto, en la mente de un Guzmán Blanco preocupado por
las pobres finanzas de un yerno recién adquirido de entre la disminuida nobleza
francesa.
Al cronista le interesan las causas, los contextos y sobre todo la política, y
la incluye con un talento de narrador que excede en mucho la mera crónica de
hechos vividos y recordados. De modo que no solo abundan las imágenes de la
memoria, sino que se ficcionaliza también lo no vivido. Lo que se conoció por
informaciones inmediatas -vivencias, padres, abuelos- se mezcla sin transición
con lo aprendido por medio de otras fuentes de información.
El resultado es un texto del que
puede decirse que se acerca más al
cuento que a la crónica, puesto que su visión de los hechos se niega
siempre a la descripción sucinta y cronológica de los mismos .
Su talento como cuentista destaca
por la cantidad detalles que incluye en sus relatos, por el lenguaje cargado de
poesía, por unos símiles cuya originalidad sorprende, por la construcción de personajes que arrastran una subjetividad
construida con la habilidad de un narrador nato. Subjetividad de la que el cronista
a secas hubiera podido prescindir, pero que el cuentista necesita para la
creación de un ambiente psicológico que vaya más allá de la mera enumeración de
los hechos.
Algunos de estos textos alcanzan
una notable complejidad formal. Sucede, por ejemplo, en aquellos en los que el
escritor crea personajes que se ubican en distintos lugares e, incluso, en
épocas distintas. Historias paralelas cuya posibilidad de confluir pareciera casi
nula, pero que terminan por concurrir en el tejido central del relato.
Adicionalmente, buena parte de las historias se cuentan desde la mirada de
campesinos o de obreros. Se trata de la población que se vio en la necesidad de
abandonar sus poblados de origen para trasladarse a los recién creados campamentos
petroleros y enfrentarse a ese infierno al que se alude en el título del libro.
Un infierno del que el narrador hace gala de conocer en sus íntimos detalles. Ubicaciones,
herramientas, procesos y conflictos coinciden en estas crónicas para dar una
visión vívida y rigurosa de lo que fue el surgimiento y explotación de un
mineral que acabaría por transformar al país desde sus bases.
En fin, una mirada original y
seductora, desde un rincón de la nación, a una parte esencial de nuestra
historia.
Cósimo Mandrillo
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