miércoles, 24 de abril de 2013

...y escribir un libro



En otros tiempos se recalcaba que nadie había de transitar por este mundo sin tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.  El primer encargo parece estar a salvo, dado que la placentera ceremonia que conduce a la reproducción suele practicarse  tan profusamente, que si la humanidad ha de verse en peligro de extinción no será por una merma dramática en la cosecha de niños.
En lo atinente al árbol, no pareciera que el humilde acto al que invita atraiga hoy a mucha gente. La acelerada desertificación del planeta es prueba irrefutable de que a muy pocos les parece que la siembra de un bucare sea algo para vanagloriarse en la vejez.
¿Y qué decir del libro? Optemos por el lado optimista: si bien el mandato de escribir un libro como fin existencial no parece estar muy en boga en estos tiempos, a cambio puede notarse un incremento importante en la promoción de la lectura. Y nada de malo hay en ello; al fin y al cabo Jorge Luis Borges solía afirmar que se enorgullecía más de los libros que había leído que de aquellos que había escrito.
Claro está que, como todo, la promoción de la lectura tiene sus bemoles. Las editoriales privadas y los grandes distribuidores, por ejemplo, están interesadísimos en que la gente lea más, o por lo menos en que compre más libros. Algunos de ellos han llevado a cabo ingeniosísimas campañas destinadas a estimular el acercamiento de la población a los libros. Desafortunadamente, no siempre la eficiencia de las campañas de promoción se corresponde con la calidad de lo que ofrecen. Si así fuese, Paolo Coelho no sería uno de los autores más conocido del mundo y no estaría recibiendo ingresos por más de sesenta millones de ejemplares vendidos.
Con relación a este asunto de la lectura y la calidad de lo leído, recuerdo que hace muchos años le comenté a una amiga norteamericana mi impresión de que en su país se leía bastante, puesto que difícilmente se podía entrar a una casa sin tropezarse con un buen número de libros. Sí, me contestó, leen bestsellers   con el mismo criterio con el que ven televisión, es decir, sin ningún criterio. Suele decirse que leer cualquier cosa es mejor que no leer nada. Se podría en principio estar de acuerdo con tal afirmación, aunque no es menos cierto que a ese respecto podría darse una larga discusión de muy variadas aristas.
Por fortuna no escasean los esfuerzos orientados a que la gente no solamente lea, sino a que lea buenos libros. La internet es, en esta materia, la gran oportunidad y la gran amenaza al mismo tiempo. A la par que aumentan los sitios desde los cuales es posible descargar gratuitamente los textos que contienen íntegra la tradición cultural de la humanidad, la internet promueve hábitos de lectura espasmódicos que pocas veces excede de unas diez líneas antes de saltar al próximo sitio.
Por ahora, los libros impresos parecen ser nuestra mejor apuesta. Los venezolanos, además, tenemos el privilegio de disponer, gracias a las ediciones del Estado, de una oferta editorial creciente en el número de títulos y con un costo que, a diferencia de otros países, nos permite acceder a ellos sin sobresalto alguno de nuestro presupuesto. ¿Quién puede negar que, hoy por hoy, cualquier tour de libros debe, forzosamente, incluir una visita a las Librerias del Sur?


martes, 16 de abril de 2013

Vicente Díaz: sí pero no





Pocas actitudes tan tristes y mediocres como la del rector del CNE Vicente Díaz.  El personaje encaja a la perfección en la frase de San Pablo que he citado otras veces: o frio o caliente, porque tibio lo vomito.
Reconocido, y prácticamente confeso, vocero de la oposición en el organismo electoral, el rector ha decidido jugar el papel de sí pero no en las actuales circunstancias.
Él cree en la limpieza del acto de votación, de la trasmisión de los datos y, por ende, del resultado final de la elección presidencial, pero pide el conteo manual del cien por ciento de los votos “para darle tranquilidad a la población” según sus propias palabras. Y de una vez adelanta que contar manualmente las papeletas no cambiará el resultado obtenido. Vale la pena preguntarse si su aporte a la tranquilidad ciudadana no hubiese sido mucho más significativo si se hubiese ceñido a reafirmar que los resultados son limpios, sin abrir esa puertecita a la sospecha y la duda en que se convirtió su llamado al conteo manual.
El rector sabe, y no tiene empacho en expresarlo frente a lo medios, que el ordenamiento jurídico del país exige que, en caso de cuestionamiento de los resultado electorales, se siga adelante con la proclamación del candidato electo y que, quien no esté de acuerdo con tales resultados, inicie por los canales establecidos en la constitución y las leyes la impugnación del proceso. El rector lo sabe; el rector lo manifiesta públicamente, pero no asiste al acto de proclamación del presidente electo porque no se atendió su solicitud de conteo manual.
Se nota que el rector quiere ser honesto, el rector quiere conservar lo que seguramente se le antoja como su sólida reputación de hombre legalista. Pero el rector no se atreve a negarse frente a quienes le exigen que colabore con el plan desestabilizador decidido, a todas luces, mucho antes del proceso electoral.
Vicente Díaz está obligado a un papel bastante más activo del que hasta ahora ha desempeñado para calmar lo ánimos. Frente a una masa cuya más prolija fuente de desinformación es Twitter, le corresponde explicar con lujo de detalles y reiterándolo hasta donde sea necesario, su convicción de que el tan añorado conteo manual no serviría para cambiar los resultados y se convertiría, simplemente, en una excusa adicional para cantar fraude.
El problema reside en que no le va a resultar fácil a Vicente Díaz difundir ese mensaje, en caso de que estuviese dispuesto a hacerlo, pues ya le cerraron las puertas en Globovisión. Quienes no alcanzaron a verlo en vivo, pueden descargar de internet el video en el cual Leopoldo  Castillo, sin más ni más, lo saca del aire en cuanto el rector explica que no hay nada cuestionable en el proceso electoral. A los medias tintas no los quiere nadie. Una cosa es mantener una posición  ecuánime y otra intentar sostener simultáneamente dos posturas abiertamente contradictorias entre sí.
Está claro que la dirigencia opositora busca que el nuevo gobierno nazca con un plomo en el ala, porque no otra cosa sería aceptar las exigencias que, sin fundamento legal y constitucional, se le quieren imponer.
Vicente Díaz, por su parte, está suficientemente grandecito para comprender que no se puede estar a distancia equidistante entre la legalidad y la impostura.


martes, 9 de abril de 2013

Promocion de la lectura: el problema no son los niños



La reciéntemente finalizada Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN), que se llevó a cabo en Caracas del 13 al 20 de este mismo mes,  estuvo dedicada al tema de la promoción de la lectura. Tuve allí la oportunidad de escuchar más de una intervención en las cuales, especialistas en la materia, exponían su teorías o sus experiencias con relacón a lo que debe hacerse para estimular el hábito de leer.
Lo primero que el oyente de tales intervenciones saca en claro es que hay una terminología ya establecida que se repite de un experto a otro. Esa teminología incluye siempre palabras como entusiasmo, amor, creatividad, imaginación y, por supuesto, libertad.La propuesta suele consistir en que un promotor con suficiente entusiasmo por la empresa que se propone, es capaz de despertar en el niño el amor por la lectura, gracias a que este dispone de un caudal imaginativo y por ende una creatividad en estado virgen que le abren las puertas al disfrute y la comprensión de lo leído.
No hay razón alguna para dudar de tal propuesta. Sin dudas hay seres dotados de una especialísima capacidad, algo así como un don innato, para lograr la magia de trasmitir a otros su propio amor por los libros. Y no es menos cierto que las experiencias que emprenden suelen mostrar resultados sorprendentes entre el grupo de niños, y también de jóvenes, que se ponen a su alcance.
Pero el problema no son los niños. Siendo maleables como son, igual podrían estimularse con cuentos, poesías o novelas que con Bob Esponja. Claro que lo literatura los salvaría de la inevitable estupidización producto del Esponja o de cualquiera de sus congéneres.
El problema, en mi criterio, es lo que suelo llamar los vectores. Al igual que la mayoría de los virus y las bacterias, que necesitan un medio de transporte que les permita diseminarse, el amor por la lectura necesita unos transmisores que no pueden ser solamente quienes, intencional y voluntariamente, han elegido convertirse en promotores de la misma.
El plan nacional de lectura debería enfocarse en los adultos, y especialmente en aquellos que, por el tipo de labor que realizan, están en la posibilidad de producir un efecto multiplicador, vale decir, los maestros. Sabemos a ciencia cierta que ser maestro y ser lector no son condiciones que vayan necesariamente unidas. Un plan conjunto de los Ministerios de  Educación y Cultura, podría organizar todo tipo de actividades para los maestros, en su tiempo y lugar de trabajo, con el objetivo de transmitir, de contagiar, hasta donde ello sea posible, ese don del que se habló líneas arriba.
Otro tanto podría hacerse en el caso de los padres. De hecho, sé de al menos una iniciativa dirigida a un grupo de madres con el objetivo de despertar en ellas el interés por la lectura, hábito que una vez adquirido, se trasmintiría de modo natural a sus hijos.
El problema son los padres y los maestros que no leen. Si se lograra revertir esa situación, seguramente ya no tendríamos que preocuparnos por los Bobs Esponjas que con inaudita eficiencia absorben hoy los sesos de nuestros muchachos.

El innombrable Chávez



La apuesta sigue siendo contra Chávez. La oposición sabe que se enfrenta simultáneamente a dos candidatos y le gustaría acabar  al menos con uno de ellos. Y le apuntan a quien ya no puede defenderse por sí mismo. Por eso no tienen paz con Chávez. No quieren verlo en las paredes, en afiches, en televisión. Son los adalides del descanso del Comandante. Les indigna que Maduro lo nombre. Es un irrespeto dicen. Es evidencia del escaso discurso de Maduro. No se construye un país mirando al pasado. Borrón y cuenta nueva.
Que Chávez no exista es el nirvana de la oposición.
Ellos no renuncian a nada, ni siquiera a un candidato que ha demostrado hasta extremos matemáticos que es un pésimo candidato. Lo mantienen porque no pueden hacer otra cosa, porque no tienen con qué, como reza la expresión popular.
Pero quieren que el chavismo renuncie a Chávez. Hasta disponen de unos pazguatos que ocupan su tiempo y su escasa materia gris en contar las veces que Maduro alude al Comandante. Cada una de esas alusiones, dicen, son prueba fehaciente del irrespeto a la memoria del líder fallecido y de la incapacidad de Maduro para desarrollar un discurso propio.
A diferencia del chavismo, el drama de la oposición es que no puede hacer gala de su pasado, lo de ellos es aparecer como si acabasen de caer en el mundo, sin origen conocido; una verdadera epifanía política. De allí que nunca se les escuche hablar de sus mentores ideológicos, que no hagan la más mínima alusión a su participación en los gobiernos de la Cuarta República, que jamás intenten rescatar alguna ejecutoria de esos gobiernos que puedan exhibir como un logro superior a los alcanzados por la Revolución Bolivariana.  ¿Ha oído alguien a Capriles, por poner un ejemplo, justificando su actuación en los acontecimientos de la Embajada de Cuba, durante el golpe de Estado de 2002? Su estrategia es el disimulo y el ocultamiento.
Al chavismo, en cambio, le exigen que deje de reconocerse en quien aún muerto encarna la unidad y la coherencia de un proyecto de país del cual ellos a todas luces carecen. El pensamiento de Chávez, su imagen, su arraigo profundo en el alma del pueblo es el más importante activo político de la revolución en este momento, un ariete electoral de una eficiencia demoledora. ¿Ante tamaña realidad qué otra cosa puede esperarse de la oposición sino que pida a gritos que Chávez se vuelva innombrable? Lo gracioso del asunto es que esa exigencia no se presenta como lo que es: una táctica de campaña, sino como defensa de la memoria del propio Chávez, a quien hasta ayer consideraban un zambo vulgar que no merecía siquiera la consideración que se dispensa a un animal doméstico.
No se puede negar que han logrado  posicionar dos cosas: la primera, que todo ataque a Nicolás Maduro comience con una especie de reivindicación del Comandante. La segunda, colofón natural de la primera, es que Maduro no sirve porque Chávez sí servía.
Nos obligan a mirar a Maduro a través del cristal de una supuesta defensa e identificación con Chávez, con el objeto de crear una imagen disminuida del candidato.
En contraste, lo lógico, lo consecuente, lo inteligente, es mirar a Nicolás Maduro bajo el brillo de la luna llena que iluminó al Comandante cuando  lo propuso para que ocupara su lugar.