La
reciéntemente finalizada Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN),
que se llevó a cabo en Caracas del 13 al 20 de este mismo mes, estuvo dedicada al tema de la promoción de la
lectura. Tuve allí la oportunidad de escuchar más de una intervención en las
cuales, especialistas en la materia, exponían su teorías o sus experiencias con
relacón a lo que debe hacerse para estimular el hábito de leer.
Lo
primero que el oyente de tales intervenciones saca en claro es que hay una
terminología ya establecida que se repite de un experto a otro. Esa teminología
incluye siempre palabras como entusiasmo, amor, creatividad, imaginación y, por
supuesto, libertad.La propuesta suele consistir en que un promotor con
suficiente entusiasmo por la empresa que se propone, es capaz de despertar en
el niño el amor por la lectura, gracias a que este dispone de un caudal
imaginativo y por ende una creatividad en estado virgen que le abren las
puertas al disfrute y la comprensión de lo leído.
No
hay razón alguna para dudar de tal propuesta. Sin dudas hay seres dotados de
una especialísima capacidad, algo así como un don innato, para lograr la magia
de trasmitir a otros su propio amor por los libros. Y no es menos cierto que las
experiencias que emprenden suelen mostrar resultados sorprendentes entre el
grupo de niños, y también de jóvenes, que se ponen a su alcance.
Pero
el problema no son los niños. Siendo maleables como son, igual podrían
estimularse con cuentos, poesías o novelas que con Bob Esponja. Claro que lo
literatura los salvaría de la inevitable estupidización producto del Esponja o
de cualquiera de sus congéneres.
El
problema, en mi criterio, es lo que suelo llamar los vectores. Al igual que la
mayoría de los virus y las bacterias, que necesitan un medio de transporte que
les permita diseminarse, el amor por la lectura necesita unos transmisores que
no pueden ser solamente quienes, intencional y voluntariamente, han elegido
convertirse en promotores de la misma.
El
plan nacional de lectura debería enfocarse en los adultos, y especialmente en
aquellos que, por el tipo de labor que realizan, están en la posibilidad de
producir un efecto multiplicador, vale decir, los maestros. Sabemos a ciencia
cierta que ser maestro y ser lector no son condiciones que vayan necesariamente
unidas. Un plan conjunto de los Ministerios de Educación y Cultura, podría organizar todo
tipo de actividades para los maestros, en su tiempo y lugar de trabajo, con el
objetivo de transmitir, de contagiar, hasta donde ello sea posible, ese don del
que se habló líneas arriba.
Otro
tanto podría hacerse en el caso de los padres. De hecho, sé de al menos una
iniciativa dirigida a un grupo de madres con el objetivo de despertar en ellas
el interés por la lectura, hábito que una vez adquirido, se trasmintiría de
modo natural a sus hijos.
El
problema son los padres y los maestros que no leen. Si se lograra revertir esa
situación, seguramente ya no tendríamos que preocuparnos por los Bobs Esponjas
que con inaudita eficiencia absorben hoy los sesos de nuestros muchachos.
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