martes, 9 de abril de 2013

El innombrable Chávez



La apuesta sigue siendo contra Chávez. La oposición sabe que se enfrenta simultáneamente a dos candidatos y le gustaría acabar  al menos con uno de ellos. Y le apuntan a quien ya no puede defenderse por sí mismo. Por eso no tienen paz con Chávez. No quieren verlo en las paredes, en afiches, en televisión. Son los adalides del descanso del Comandante. Les indigna que Maduro lo nombre. Es un irrespeto dicen. Es evidencia del escaso discurso de Maduro. No se construye un país mirando al pasado. Borrón y cuenta nueva.
Que Chávez no exista es el nirvana de la oposición.
Ellos no renuncian a nada, ni siquiera a un candidato que ha demostrado hasta extremos matemáticos que es un pésimo candidato. Lo mantienen porque no pueden hacer otra cosa, porque no tienen con qué, como reza la expresión popular.
Pero quieren que el chavismo renuncie a Chávez. Hasta disponen de unos pazguatos que ocupan su tiempo y su escasa materia gris en contar las veces que Maduro alude al Comandante. Cada una de esas alusiones, dicen, son prueba fehaciente del irrespeto a la memoria del líder fallecido y de la incapacidad de Maduro para desarrollar un discurso propio.
A diferencia del chavismo, el drama de la oposición es que no puede hacer gala de su pasado, lo de ellos es aparecer como si acabasen de caer en el mundo, sin origen conocido; una verdadera epifanía política. De allí que nunca se les escuche hablar de sus mentores ideológicos, que no hagan la más mínima alusión a su participación en los gobiernos de la Cuarta República, que jamás intenten rescatar alguna ejecutoria de esos gobiernos que puedan exhibir como un logro superior a los alcanzados por la Revolución Bolivariana.  ¿Ha oído alguien a Capriles, por poner un ejemplo, justificando su actuación en los acontecimientos de la Embajada de Cuba, durante el golpe de Estado de 2002? Su estrategia es el disimulo y el ocultamiento.
Al chavismo, en cambio, le exigen que deje de reconocerse en quien aún muerto encarna la unidad y la coherencia de un proyecto de país del cual ellos a todas luces carecen. El pensamiento de Chávez, su imagen, su arraigo profundo en el alma del pueblo es el más importante activo político de la revolución en este momento, un ariete electoral de una eficiencia demoledora. ¿Ante tamaña realidad qué otra cosa puede esperarse de la oposición sino que pida a gritos que Chávez se vuelva innombrable? Lo gracioso del asunto es que esa exigencia no se presenta como lo que es: una táctica de campaña, sino como defensa de la memoria del propio Chávez, a quien hasta ayer consideraban un zambo vulgar que no merecía siquiera la consideración que se dispensa a un animal doméstico.
No se puede negar que han logrado  posicionar dos cosas: la primera, que todo ataque a Nicolás Maduro comience con una especie de reivindicación del Comandante. La segunda, colofón natural de la primera, es que Maduro no sirve porque Chávez sí servía.
Nos obligan a mirar a Maduro a través del cristal de una supuesta defensa e identificación con Chávez, con el objeto de crear una imagen disminuida del candidato.
En contraste, lo lógico, lo consecuente, lo inteligente, es mirar a Nicolás Maduro bajo el brillo de la luna llena que iluminó al Comandante cuando  lo propuso para que ocupara su lugar.

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