La apuesta sigue
siendo contra Chávez. La oposición sabe que se enfrenta simultáneamente a dos
candidatos y le gustaría acabar al menos
con uno de ellos. Y le apuntan a quien ya no puede defenderse por sí mismo. Por
eso no tienen paz con Chávez. No quieren verlo en las paredes, en afiches, en
televisión. Son los adalides del descanso del Comandante. Les indigna que
Maduro lo nombre. Es un irrespeto dicen. Es evidencia del escaso discurso de
Maduro. No se construye un país mirando al pasado. Borrón y cuenta nueva.
Que Chávez no exista
es el nirvana de la oposición.
Ellos no renuncian a
nada, ni siquiera a un candidato que ha demostrado hasta extremos matemáticos
que es un pésimo candidato. Lo mantienen porque no pueden hacer otra cosa,
porque no tienen con qué, como reza la expresión popular.
Pero quieren que el
chavismo renuncie a Chávez. Hasta disponen de unos pazguatos que ocupan su
tiempo y su escasa materia gris en contar las veces que Maduro alude al
Comandante. Cada una de esas alusiones, dicen, son prueba fehaciente del
irrespeto a la memoria del líder fallecido y de la incapacidad de Maduro para
desarrollar un discurso propio.
A diferencia del
chavismo, el drama de la oposición es que no puede hacer gala de su pasado, lo
de ellos es aparecer como si acabasen de caer en el mundo, sin origen conocido;
una verdadera epifanía política. De allí que nunca se les escuche hablar de sus
mentores ideológicos, que no hagan la más mínima alusión a su participación en
los gobiernos de la Cuarta República, que jamás intenten rescatar alguna
ejecutoria de esos gobiernos que puedan exhibir como un logro superior a los
alcanzados por la Revolución Bolivariana. ¿Ha oído alguien a Capriles, por poner un
ejemplo, justificando su actuación en los acontecimientos de la Embajada de
Cuba, durante el golpe de Estado de 2002? Su estrategia es el disimulo y el
ocultamiento.
Al chavismo, en
cambio, le exigen que deje de reconocerse en quien aún muerto encarna la unidad
y la coherencia de un proyecto de país del cual ellos a todas luces carecen. El
pensamiento de Chávez, su imagen, su arraigo profundo en el alma del pueblo es
el más importante activo político de la revolución en este momento, un ariete
electoral de una eficiencia demoledora. ¿Ante tamaña realidad qué otra cosa
puede esperarse de la oposición sino que pida a gritos que Chávez se vuelva
innombrable? Lo gracioso del asunto es que esa exigencia no se presenta como lo
que es: una táctica de campaña, sino como defensa de la memoria del propio
Chávez, a quien hasta ayer consideraban un zambo vulgar que no merecía siquiera
la consideración que se dispensa a un animal doméstico.
No se puede negar
que han logrado posicionar dos cosas: la
primera, que todo ataque a Nicolás Maduro comience con una especie de
reivindicación del Comandante. La segunda, colofón natural de la primera, es
que Maduro no sirve porque Chávez sí servía.
Nos obligan a mirar
a Maduro a través del cristal de una supuesta defensa e identificación con
Chávez, con el objeto de crear una imagen disminuida del candidato.
En contraste, lo
lógico, lo consecuente, lo inteligente, es mirar a Nicolás Maduro bajo el
brillo de la luna llena que iluminó al Comandante cuando lo propuso para que ocupara su lugar.
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