La soberbia suele venir oculta bajo un disfraz de humildad. La religión, valga por caso, con su discurso permanente sobre la humildad, es sin dudas el acto más soberbio del ser humano. ¿Puede, por ejemplo, haber algo más presuntuoso que proclamarse representante de Dios en la tierra o estar hecho a su imagen y semejanza?
La idea misma según la cual un Dios omnipotente y omnisciente, tal como lo hemos imaginado, ocupa su tiempo en juzgar el más pequeño de nuestros actos, no resalta la importancia de Dios sino la nuestra. Qué importante somos que Dios no tiene más remedio que ocupar su tiempo eterno observándonos.
Por complejo que sea imaginar la aparición de la vida, con la primera célula, después de miles de millones de años de evolución, siempre será mas sencillo y humano que congraciarse con la idea de un Dios que en su afán creador no rodeó de un universo con infinidad de planetas, a distancias que no podemos siquiera concebir, mucho menos abarcar, ni ahora ni en el futuro. Todo para después dedicarse a pescar si decimos alguna mentirilla o miramos el trasero de la hermosa que nos pasa por el lado.
La astronomía es el antídoto para nuestra soberbia. La desolación de un universo desbocado hacia ninguna parte y la conciencia de nuestra pequeñez e ingrimitud, nos harán reconsiderar el pobre papel que le hemos asignado a un Dios capaz de semejante empresa.
La astronomía es el antídoto para nuestra soberbia. La desolación de un universo desbocado hacia ninguna parte y la conciencia de nuestra pequeñez e ingrimitud, nos harán reconsiderar el pobre papel que le hemos asignado a un Dios capaz de semejante empresa.
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