Ambas palabras hacen
referencia a los quebrantos de salud del ser humano. Pero si la primera alude
de modo casi exclusivo al deterioro de
las condiciones físicas o mentales, la segunda incluye en su significado esa
especie de goce malsano que algunos de nuestros congéneres sienten frente a situaciones
desagradables o catastróficas padecidas por otras personas.
El pueblo usa
morboso y morbosidad con un tino inigualable y apunta con ellas a esos
individuos que, sin que podamos explicarnos cómo, sienten placer ante el
sufrimiento ajeno. Ejemplos clásicos de morbosidad son esos personajes que se
detienen en cualquier accidente vial, siempre que haya heridos o muertos, no
con el afán de ayudar sino como quien asiste a un espectáculo gratuito e
imprevisto.
La enfermedad del
Presidente nos ha deparado muchos actos de morbosidad por parte de voceros de
la oposición. No se conforman con saber que la dolencia del primer mandatario
es cáncer, ni con estar enterados de la gravedad de la misma. Quieren siempre
más. Quieren hasta los más mínimos detalles, que se les muestre la sangrita,
como se dice popularmente. ¿Y todo para qué? Nada de eso alteraría el curso de
los acontecimientos, ni redactaría una nueva constitución que indicase acciones
a seguir más allá de lo que indica la actual.
Lo que realmente les
interesa es sentir que algo está venciendo, por fin, a quien ellos no han
estado ni siquiera cerca de derrotar en campo alguno. Y eso les resulta
placentero. Véanse, si no, algunos de esos patológicos comentarios escritos en
periódicos digitales por militantes oposicionistas. En muchos casos, el morbo
allí contenido da buena cuenta del deterioro moral que padecen sus autores.
El interés político
de la oposición es insuficiente como causa de tanto deseo por dejar a Chávez
fuera de juego. Nadie puede creer que en estos momentos esa oposición se esté planteando
como un hecho deseable, por ejemplo, la realización de nuevas elecciones. Después de
las dos fragorosas derrotas que acaba de sufrir, no hace falta ser un experto
electoral para concluir que la mejor opción para ellos es dejar que pase el
tiempo; esperar que baje la marea que los arrastró hasta las apenas tres
gobernaciones ganadas con dolores de parto.
Hay que creer entonces
que tanta queja acerca de la poca información con respecto a la salud del
Presidente tiene dos orígenes específicos: estratégicamente, están tratando de
salir de Chávez aunque eso no signifique hacerse de inmediato con el gobierno.
Confían en que muchas puertas se les abrirán, en su intento de retomar el
poder, si ya no tienen que vérselas con el coco que durante veinte años los ha
mantenido entre la frustración y el ridículo.
Pero más allá de las
estrategias, o quizás como su complemento,
están las razones de quienes asumen la política con las vísceras. Los
que han hecho del odio y el desprecio una forma de vida. Esos están enfermos de
la enfermedad de Chávez. Piden detalles y pormenores no porque ellos incidan en
el devenir del país, sino porque les son necesarios para alimentar esa especie
de caldera interior cuyo fuego se nutre de discriminación, de desprecio por el
otro, de odio.
No están físicamente
enfermos, pero el morbo les ha tomado el corazón.
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