miércoles, 9 de enero de 2013

Enfermedad y morbo


Ambas palabras hacen referencia a los quebrantos de salud del ser humano. Pero si la primera alude de modo casi exclusivo  al deterioro de las condiciones físicas o mentales, la segunda incluye en su significado esa especie de goce malsano que algunos de nuestros congéneres sienten frente a situaciones desagradables o catastróficas padecidas por otras personas.
El pueblo usa morboso y morbosidad con un tino inigualable y apunta con ellas a esos individuos que, sin que podamos explicarnos cómo, sienten placer ante el sufrimiento ajeno. Ejemplos clásicos de morbosidad son esos personajes que se detienen en cualquier accidente vial, siempre que haya heridos o muertos, no con el afán de ayudar sino como quien asiste a un espectáculo gratuito e imprevisto.
La enfermedad del Presidente nos ha deparado muchos actos de morbosidad por parte de voceros de la oposición. No se conforman con saber que la dolencia del primer mandatario es cáncer, ni con estar enterados de la gravedad de la misma. Quieren siempre más. Quieren hasta los más mínimos detalles, que se les muestre la sangrita, como se dice popularmente. ¿Y todo para qué? Nada de eso alteraría el curso de los acontecimientos, ni redactaría una nueva constitución que indicase acciones a seguir más allá de lo que indica la actual.
Lo que realmente les interesa es sentir que algo está venciendo, por fin, a quien ellos no han estado ni siquiera cerca de derrotar en campo alguno. Y eso les resulta placentero. Véanse, si no, algunos de esos patológicos comentarios escritos en periódicos digitales por militantes oposicionistas. En muchos casos, el morbo allí contenido da buena cuenta del deterioro moral que padecen sus autores.
El interés político de la oposición es insuficiente como causa de tanto deseo por dejar a Chávez fuera de juego. Nadie puede creer que en estos momentos esa oposición se esté planteando como un hecho deseable, por ejemplo, la  realización de nuevas elecciones. Después de las dos fragorosas derrotas que acaba de sufrir, no hace falta ser un experto electoral para concluir que la mejor opción para ellos es dejar que pase el tiempo; esperar que baje la marea que los arrastró hasta las apenas tres gobernaciones ganadas con dolores de parto.  
Hay que creer entonces que tanta queja acerca de la poca información con respecto a la salud del Presidente tiene dos orígenes específicos: estratégicamente, están tratando de salir de Chávez aunque eso no signifique hacerse de inmediato con el gobierno. Confían en que muchas puertas se les abrirán, en su intento de retomar el poder, si ya no tienen que vérselas con el coco que durante veinte años los ha mantenido entre la frustración y el ridículo.
Pero más allá de las estrategias, o quizás como su complemento,  están las razones de quienes asumen la política con las vísceras. Los que han hecho del odio y el desprecio una forma de vida. Esos están enfermos de la enfermedad de Chávez. Piden detalles y pormenores no porque ellos incidan en el devenir del país, sino porque les son necesarios para alimentar esa especie de caldera interior cuyo fuego se nutre de discriminación, de desprecio por el otro, de odio.
No están físicamente enfermos, pero el morbo les ha tomado el corazón.

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