Que yo recuerde,
pocas cosas han sido tan traumáticas en Maracaibo como la destrucción del
Saladillo. Junto a los caterpillars y las mandarrias, aquella barbaridad trajo
aparejados el mucho dolor y la poca resistencia de una comunidad obligada a
presenciar cómo se cortaban, con entusiasta alevosía, una parte medular de sus
raíces.
Para compensar la
mutilación, o para lamentarse por ella, surgió una verdadera andanada de
productos culturales que intentaban conservar la esencia de un modo de vivir
estrechamente ligado a su desaparecido entorno físico. Gaitas, crónicas,
fotografías y videos se convirtieron en una especie de mea culpa colectivo, en
un inconcluso acto de contrición. De hecho, más allá del momento mismo de la
destrucción, el atentado contra el Saladillo nunca tuvo defensores. Desde el
presidente Caldera, hasta el gobernador Hilarión Cardozo, optaron por pasar
agachados frente a una monstruosidad que no habrían podido defender con ningún
argumento diferente al simple y obtuso ejercicio del poder.
El desatino cultural
e histórico trajo aparejado uno de carácter arquitectónico: la construcción del
así llamado Paseo Ciencias, con una pobreza de diseño y falta de imaginación
tal, que no podían pasar desapercibidos para nadie. Salvo un par de esculturas
de artistas reconocidos, la inocuidad de ese Paseo Ciencias, con su enorme
acumulado de revestimiento cerámico que lo asimilaba a un gigantesco baño
público, puede observarse, aún hoy, allí donde la vegetación no ha tenido la
nobleza de ocultar lo que los maracuchos nos merecíamos, según aquel gobierno
de Copei
Y como dicen que
siempre se puede caer un poco más bajo, llegó ese esteta sublime llamado Manuel
Rosales y mandó a construir, frente a la Basílica de la Chinita, ese adefesio
que con el nombre de Paseo del Rosario está destinado a ser una cátedra
permanente de mal gusto y una
demostración in situ de cómo un supuesto arquitecto, siempre que tenga apoyo,
puede hacer todo aquello que en las escuelas de arquitectura enseñan que no
debe hacerse. Llegó a tanto la audacia de este dúo dinámico de la fealdad,
integrado por Rosales y Namazi, que se atrevieron a levantar, en plena Santa
Lucia, una plazoleta equipada con ángeles cuyas trompetas anuncian que el
redentor de la belleza, de la pertinencia arquitectónica y del respeto al
entorno tardará mucho, pero mucho, en llegar.
Ahora, cuando se
anuncia un nuevo proyecto para el Paseo Ciencias, me temo que ese proyecto no
incluya la demolición del Paseo del Rosario, cosa que debería hacerse, por muy
cuesta arriba que tal decisión sea, política o financieramente hablando. Un
gobierno revolucionario y humanista no debería poder convivir con un esperpento
que se proponga a la población como sinónimo de belleza, de adecuación
cultural, de creatividad arquitectónica, cuando sabemos que es todo lo
contrario. No hay que olvidar además que ese absurdo se construyó desoyendo el
criterio expuesto por el Instituto de Patrimonio Cultural y demás autoridades
en la materia.
Este es el momento
apropiado para una decisión como esa. Si no fuese así, los zulianos tendríamos
que gritar a coro ¿y ahora quién podrá socorrernos? Con la esperanza de que
aparezca el Chapulín Colorado.
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