En Estados Unidos, insuperables
en eso del racismo, decidieron un día tomar medidas para revertir una situación
que databa de siglos. Inventaron la así llamada acción afirmativa, que no es
otra cosa que la representación en cuotas de los grupos étnicos que hacen vida
en ese país. Se trate de una publicidad de compotas, de un programa infantil o
de un video escolar, ineludiblemente encontraremos en ellos dos o tres niños
blancos, un latino, un afro descendiente y un asiático. Lo mismo sucede si se
trata de una publicidad de ropa o de un canal de noticias tipo CNN. La elección
de Obama no cambió un ápice de la
política norteamericana, pero demostró que a muchos estadounidenses ya no les
da asco votar por alguien que no tenga la piel y los ojos como un Cristo de
estampita.
Pero nosotros, en
Latinoamérica y en Venezuela, no somos racistas ni discriminamos, por eso no
tenemos razón alguna para preocuparnos si en cuanto material gráfico o audiovisual
que contenga imágenes de niños, encontramos solo infantes de cabellos rubios y
ojos azules. Podría tratarse de una mera coincidencia. La misma coincidencia se
repite con los narradores de CNN en español, con los protagonistas de las
telenovelas e incluso con la clase política en varios países latinoamericanos.
En un tiempo no muy remoto, esas coincidencias se ayudaban con anuncios de
prensa en los que explícitamente se solicitaba niños o jóvenes de aspecto
europeo para un comercial de esto o de aquello.
El cariño profundo que
sentimos por quienes son objeto de discriminación nos autoriza a aplicarles el
remoquete que refuerza el acto discriminatorio. Así, pues, negro, cachifa,
indio, no son sino expresión de nuestra más sincera simpatía. Claro que el
cariño, como todo, tiene sus límites. Recuerdo a una piadosísima amiga de mi
madre, capaz de conmoverse por la muerte de un pollo, afirmando que ella jamás
se hubiese casado con un negro. No por el negro, decía, sino por lo que viene
detrás; y con la mano marcaba las distintas estaturas de los negritos que
habría concebido en tan horrible escenario.
¿A quién de nosotros
le faltarían ejemplos de racismo o de discriminación? ¿Se ha paseado usted con
los ojos bien abiertos por algunas de las más conocidas franquicias del país?
¿Por esa concurridísima cadena de ferreterías cuyo nombre recuerda un saludo de
lo más coloquial, o por la farmacia que lo tiene todo? Una mirada somera a sus
trabajadores, pondrá rápidamente en evidencia que allí no está representada una
buena parte de la población venezolana. Pero no se preocupe, si usted pudiese entrevistar
al encargado del reclutamiento, le explicaría con lujo de detalles que no se
trata de discriminar a nadie, sino que por coincidencia, aquellos cuya piel es más
oscura que el aceptable moreno light, simplemente no se presentan nunca a
solicitar trabajo.
Decía Freud que la
curación comienza al hacer consciente el trauma. En el caso del racismo y la discriminación,
a nosotros nos bastaría con estar atentos cada vez que vemos una valla publicitaria.
Pero por si eso fuera poco, pregúntese, con el corazón en la mano, cuál sería
su reacción si un día la catirita de la casa se le presenta con un novio cuyo
color solía designarse en otros tiempos como negro teléfono.
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