Que se diga, en pleno siglo XXI, que no se
le puede dar el nombre de una muy distinguida escritora a una biblioteca
pública, porque esa escritora se negó a ser una esposa perfecta, sumisa y
obediente, escapa de toda verosimilitud. Que las autoridades a quienes competía
tal decisión prestasen oídos a semejante patraña, y en efecto desecharan la
idea de asignarle ese nombre a la referida biblioteca pública, suena como
demasiado rebuscado, demasiado tonto, demasiado conservador para ser verdad.
Confieso que no me consta de primera mano
que el asunto fuese tal como lo han contado. Lo cierto es que, al momento de
inaugurar las nuevas instalaciones de la Biblioteca Pública del Estado Zulia,
parecía haber un consenso acerca del nombre que esa institución debía llevar, y
ese nombre era el de María Calcaño.
Según las malas lenguas, alguien asomó el adjetivo casquivana para
describir la conducta personal de María Calcaño y ese adjetivo terminó siendo
la espoleta que hizo estallar los temores de ofender a las buenas conciencias
de quienes creen sostener por el mango
la sartén de la moral y las buenas costumbres.
El diccionario de la Real Academia Española
dice que es casquivana la mujer que no tiene formalidad en su trato con el sexo
masculino. Y siendo así, no cabe duda alguna de que María Calcaño fue una
esplendida casquivana. Porque la formalidad que se exigía de la mujer en vida
de la poeta equivalía a atenerse a rajatabla a los designios del varón, a
carecer de conciencia y voluntad propia y, peor aún, a limitar cualquier
impulso hacia la creatividad intelectual o artística. La maravillosa casquivana
que fue María Calcaño no solo se rebeló en vida contra el rol atávicamente
establecido para las mujeres, sino que hizo algo mucho peor, escribió una obra
poética que rompió todos los moldes susceptibles de ser rotos en su momento:
fracturó el lenguaje ya inane de sus contemporáneos escritores; quebró la
viejísima tradición según la cual temas
como el cuerpo, el sexo y el placer estaban tajantemente prohibidos a las
mujeres; y destrozó la ilusión machista de encarnar lo más valioso de la
producción literaria de la región.
El resultado de tanta irreverencia es una
poesía que ha sido leída y estudiada en universidades dentro y fuera del país.
Su verbo vital y amoroso y su personalidad libertaria e irreverente, atraen a
lectores jóvenes y no tan jóvenes con la misma fuerza, y generan en ellos un
entusiasmo que no cesa de crecer. Y por si todo eso fuese poco, la obra
literaria de María Calcaño encarna una zulianidad poderosamente creadora, capaz
de escapar a los clichés y lugares comunes de esa otra zulianidad pervertida,
banalizada y maltratada por los políticos de derecha, y no pocas veces por los
de izquierda.
El espíritu insubordinado del que hizo
siempre gala no le salió gratis a María. Pagó con décadas de olvido la osadía
de poseer un talento que descollaba, y mucho, por encima del rasero de su
tiempo. Y, como queda dicho, apenas ayer se le marginó de nuevo por casquivana.
Hoy, con nuevas autoridades en materia de
cultura, finalmente se le ha restituido el nombre de María Calcaño a la Biblioteca
Pública del Estado Zulia.
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