miércoles, 12 de junio de 2013

El cine como remedio casero



Dado que la profunda crisis económica por la que atravesamos trae como consecuencia que en los restaurantes no haya nunca una silla vacía,  que en los centros comerciales sea imposible estacionar y que los comercios estén abarrotados de gente ávida por gastar el dinero que se supone que no tiene, muchos de nosotros nos hemos refugiado en el cine doméstico como vía para evadir el tumulto del desenfrenado y pocas veces frustrado consumismo.
Contamos para ello con un recurso del cual carece buena parte de la humanidad: la piratería. No voy a hacer aquí apología de lo que, a la luz de las leyes del mercado, la propiedad privada, el comercio y, en fin, el capitalismo todo, es absolutamente ilegal. Pero hay que ver como ayuda.
Si uno sufre de alergia crónica y rechazo agudo a los centros comerciales, le viene muy a propósito el cine doméstico. Sin hablar del costo de ir a ver una película en una sala abarrotada de comedores de pop corn  -ya no se llaman cotufas y mucho menos gallitos- en unos baldes de los que en otro tiempo servían para remojar la ropa percudida y regar las plantas.
Pero no todo puede ser perfecto. Hay un factor que iguala  a las grandes salas de cine con el modesto DVD doméstico, ese factor se llama Hollywood. Dicen que en Europa, donde existe una industria cinematográfica de larga tradición, Hollywood tiene una cuota de pantalla del 70 por ciento. Es decir, de cada 100 películas que se exhiben 70 son producidas en Hollywood. En Venezuela esa cuota no ha de ser inferior al 99,5 por ciento. Eso no sería un inconveniente si no estuviésemos hablando de un cine cuya calidad suele ser pésima y cuyos patrones culturales promocionan una visión del mundo en la que Estados Unidos y sus aliados son los paladines de la democracia y la libertad, mientras el resto de la humanidad es un atajo de inservibles que si aún no son  terroristas, lo serán muy pronto.
Con semejante situación nos hemos convertido en una audiencia incapaz de discriminar entre un bodrio y un producto cinematográfico de calidad aceptable. La oferta a la cual tenemos acceso es exactamente la misma se trate de las salas de cine o de las copias piratas que nos ofrecen en las esquinas. De hecho, los únicos críticos de cine con los que contamos son los vendedores de copias, quienes promueven las películas basados en la cantidad de patadas y de muertos que en ella se produzcan.
Nuestros  adictos consumidores de cine, no suelen siquiera sospechar que se están perdiendo de una oferta fílmica que va mucho más allá del cine europeo, sino que incluye la producción de países con una cuantiosa y destacada filmografía que  excede en mucho, en cuanto a calidad se refiere, al promedio de las producciones de Hollywood. Me refiero a países como Irán, India y China, para no hablar del cada vez más visible cine latinoamericano.
Mientras desde el Ministerio para la Cultura inventan la fórmula para defender nuestros derechos como espectadores, siempre podremos recurrir a la internet para descargar algunas de esas películas gracias a los cinéfilos de todo el mundo.
Para quienes preferimos el cine como remedio casero, solo internet salva.


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