Dado que la profunda
crisis económica por la que atravesamos trae como consecuencia que en los
restaurantes no haya nunca una silla vacía, que en los centros comerciales sea imposible
estacionar y que los comercios estén abarrotados de gente ávida por gastar el
dinero que se supone que no tiene, muchos de nosotros nos hemos refugiado en el
cine doméstico como vía para evadir el tumulto del desenfrenado y pocas veces
frustrado consumismo.
Contamos para ello
con un recurso del cual carece buena parte de la humanidad: la piratería. No
voy a hacer aquí apología de lo que, a la luz de las leyes del mercado, la
propiedad privada, el comercio y, en fin, el capitalismo todo, es absolutamente
ilegal. Pero hay que ver como ayuda.
Si uno sufre de
alergia crónica y rechazo agudo a los centros comerciales, le viene muy a
propósito el cine doméstico. Sin hablar del costo de ir a ver una película en
una sala abarrotada de comedores de pop corn
-ya no se llaman cotufas y mucho menos gallitos- en unos baldes de los
que en otro tiempo servían para remojar la ropa percudida y regar las plantas.
Pero no todo puede
ser perfecto. Hay un factor que iguala a
las grandes salas de cine con el modesto DVD doméstico, ese factor se llama
Hollywood. Dicen que en Europa, donde existe una industria cinematográfica de
larga tradición, Hollywood tiene una cuota de pantalla del 70 por ciento. Es
decir, de cada 100 películas que se exhiben 70 son producidas en Hollywood. En
Venezuela esa cuota no ha de ser inferior al 99,5 por ciento. Eso no sería un
inconveniente si no estuviésemos hablando de un cine cuya calidad suele ser
pésima y cuyos patrones culturales promocionan una visión del mundo en la que
Estados Unidos y sus aliados son los paladines de la democracia y la libertad,
mientras el resto de la humanidad es un atajo de inservibles que si aún no son terroristas, lo serán muy pronto.
Con semejante
situación nos hemos convertido en una audiencia incapaz de discriminar entre un
bodrio y un producto cinematográfico de calidad aceptable. La oferta a la cual
tenemos acceso es exactamente la misma se trate de las salas de cine o de las
copias piratas que nos ofrecen en las esquinas. De hecho, los únicos críticos
de cine con los que contamos son los vendedores de copias, quienes promueven las
películas basados en la cantidad de patadas y de muertos que en ella se
produzcan.
Nuestros adictos consumidores de cine, no suelen
siquiera sospechar que se están perdiendo de una oferta fílmica que va mucho
más allá del cine europeo, sino que incluye la producción de países con una cuantiosa
y destacada filmografía que excede en
mucho, en cuanto a calidad se refiere, al promedio de las producciones de
Hollywood. Me refiero a países como Irán, India y China, para no hablar del
cada vez más visible cine latinoamericano.
Mientras desde el Ministerio
para la Cultura inventan la fórmula para defender nuestros derechos como
espectadores, siempre podremos recurrir a la internet para descargar algunas de
esas películas gracias a los cinéfilos de todo el mundo.
Para quienes
preferimos el cine como remedio casero, solo internet salva.
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