Ciertos sectores de
la academia solo se acuerdan de la toga cuando pelean por billete. En tales
casos nunca falta quien desempolve su medieval ropón negro y salga a la calle a
lucir una dedicación a la universidad y un interés por la investigación difíciles
de ver en condiciones normales.
Hacen bien, sobre
todo en estos días, pues la toga no sirve para otra cosa que para resaltar la
condición de elegido o perteneciente a un grupo privilegiado, que para nada
distinto se implementó en la antigüedad esto de la toga. En tiempos como este,
cuando se acaba de aprobar una normativa laboral que agrupa a todos los
trabajadores universitarios, incluidos los docentes, nada mejor que resaltar
cuan distintos son estos últimos como argumento para oponerse a esa normativa
que trae aparejado, dicho sea de paso, el mejor aumento de salario del que este
escribidor tenga memoria.
De modo que la
bendita toga deja de ser elemento de un acto protocolar, bastante pavoso por
cierto, bueno para que quienes se gradúan
tengan unas fotos que mostrar a sus nietos en algunas décadas, para convertirse
en instrumento de cuanto show se les ocurra a los aguerridos dirigentes
gremiales y a las no menos aguerridas autoridades rectorales.
En la Universidad
del Zulia, por ejemplo, hemos tenido desde juicios sumarios hasta procesiones,
adobado todo con intelectualísimas togas que destacan cuan densa y profunda ha
sido la reflexión y el compromiso que acompañan tales actos.
En lo atinente al
juicio bufo, que no sumario, con asistencia de las autoridades, al que se
sometió al ministro Pedro Calzadilla, se habrá llevado a cabo, entre otras
motivaciones, para que por fin la Universidad del Zulia ganara un pleito legal.
Ha sido una tradición de largos años, muy comentada en los pasillos
universitarios, que nunca hubo un juicio que se entablase contra nuestra Alma
Mater que esta no perdiese. Los abogados de esos juicios seguramente actuarían
como los involucrados en la bufonada que comentamos, quienes demostraron tener
una significativa capacidad para la manipulación y el humor de galería. Cabe
preguntarse si a nadie se le ocurrió que semejante espectáculo hubiese sido una
oportunidad excelente para exponer en profundidad los análisis de la situación
nacional que, sospecha uno, sustentan las actuaciones de estos líderes
académicos.
Pero no, eso hubiese
sido muy científico, y sucede que la tan cacareada ciencia no es moneda
corriente en la universidad que tenemos. Al menos no dentro del paradigma de
ciencia que se maneja comúnmente en otras partes. Aquí
parece que elegimos un paradigma cuyo apoyo epistemológico es la risoterapia y
la manipulación religiosa. De allí la vistosa procesión con réplica de la
Chinita incluida, de la que fuimos testigos con la piadosa participación de
unos cuantos togados. Todo gracias a la cómplice generosidad de la autoridad eclesiástica
que administra el destino de las imágenes de la Chinita.
Que nadie se engañe
sin embargo: no se trata solo de toga y billete sino de toga y política, de
toga y desestabilización. Por ello no se llama a asamblea para que los
profesores decidan el destino del paro.
No se les cumplirán
los deseos, aunque siempre podrán llamar a un chimbanguele y pedir a San Benito
que les haga el milagro.
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